martes, 15 de noviembre de 2011

Hacia un paraiso perdido

Durante nuestra estancia en Sepulveda, sacamos un iempo para peregrinar a un parage escondido y precioso que se alza entre las hoces del río Duratón. Es el lugar elegido por San Frutos para vivir en retiro, oración y contemplación de la naturaleza.

Un camino que se abre entre dos laderas que bajan hasta el río, es el único aceso que conduce a lo que fue el lugar elegido por este popular santo segoviano, donde reposaron sus huesos y donde se elevó posteriormente un eremitorio románico y más tarde un pequeño monasterio benedictino. Como la persona que descubrió el parage y peregrinó hasta él, dificilmente se puede sustraer el peregrino que llega aese lugar a percibir la gloria de Dios en sus criaturas.

Los fuertes contrastes entre la piedra cortada que forma grandes acantilados sobre la ribera del río, la capa verde que cubre el suelo y los amarillos otoñales que tiñen el Duratón de dorado, hacen vibrar el corazón. Los buitres que planean el horizonte eleban los ojos hacia el cielo; y la cruz alzada en el centro del peñasco y la espadaña con las campanas que corona el eremitorio nos recuerdan que la redención de Cristo está haciendo germinar el paraiso. Todo está lleno de su salvación.

Hagamos de nuestra vida un camino hacia ese paraiso: la creación atravesada por la luz del creador; los hombres transfigurados por la luz del Señor. Frutos supo entenderlo. Sigamos andando.


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